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“Los buenos artistas copian. Los geniales roban”. La ocurrencia se atribuye, normalmente, a Pablo Picasso, pero la misma idea se ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de la Historia.Cada nueva iteración refuerza la tesis.

En 1892, W. H. Davenport Adams -un escritor y periodista del que tú tampoco has escuchado hablar- afirmó que “los grandes poetas imitan y mejoran, mientras que los pequeños roban y arruinan las obras”. Lo hizo en un artículo elocuentemente titulado “Imitadores y plagiadores”. Su objetivo era defender que Alfred Tennyson -un poeta y dramaturgo que sí te suena vagamente- había embellecido su poesía al imitar los símbolos e imágenes de quienes le precedieron.

En 1920, el poeta T. S.Eliot parafraseó a Davenport, pero abrazando una versión del retruécano que ha llegado hasta nuestros días: “Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban”. La frase, recogida en “El bosque sagrado: ensayos sobre poesía y crítica”, desafía nuestras intuiciones artísticas obligándonos a debatir nuestros prejuicios.

En 1962, la prestigiosa revista Esquire publicó un artículo escrito por Robert Benton y Gloria Steinemen en el que se atribuía la frase “Los artistas inmaduros imitan. Los artistas maduros roban” al crítico literario Lionel Trilling. Por primera vez, no se hablaba de “poetas” en particular, sino de “artistas” en general.

Más adelante, en 1967, el crítico Peter Yates afirmó que había escuchado decir al compositor Igor Stravinsky que “un buen compositor no imita; roba”, una variación contextual de la misma idea.

La frase “Los artistas inmaduros imitan. Los maduros roban” también se atribuyó en 1974 al novelista William Faulkner.

En 1988, Steve Jobs hizo suya la frase “Los buenos artistas copian. Los geniales roban”, que, según él, había tomado prestada de Pablo Picasso.

Finalmente, en el siglo XXI, Banksy grabó en piedra la frase “Los malos artistas imitan, los grandes roban”, tachando la firma de Picasso y añadiendo la suya para apropiarse de la boutade.

Es hermoso que la misma reivindicación del plagio se repita una y otra vez, pero con diferente paternidad. La idea no se podría defender de manera más honesta. Tampoco podría contar con devotos más ilustres.

No obstante, el plagio continúa teniendo mala fama. Sus aspectos negativos -que los tiene- eclipsan los positivos. Los adalides de la originalidad se empeñan en que nos sintamos culpables por los robos que cometemos. Por supuesto, se equivocan tanto moral como artísticamente, ya que el plagio nos ayuda a desbordar las fronteras estrechas de nuestra creatividad y nos permite distinguir a los auténticos genios de los autores mediocres que, como nosotros, dependen más de la chiripa accidental que de su talento.

Recientemente, Levi’s lanzó la campaña “Buy Better. Wear Longer”, que instaba a los consumidores a comprar menos ropa y a usarla más tiempo. Un año antes, una campaña de Adolfo Domínguez defendió lo mismo bajo el lema “Repite más. Necesita menos”. En ambos casos, el objetivo era producir menos desperdicios y ser más responsables con el medio ambiente.

Ambas campañas son muy muy parecidas. Es cierto que cambian las imágenes y los prescriptores, pero sus mensajes son prácticamente idénticos: “Wear Longer” expresa lo mismo que “Repite más” y“Buy Better” apunta al mismo objetivo que “Necesita menos”. Además, en los dos casos se intenta lograr un impacto en el espectador a través de un mensaje aparentemente contradictorio: el de una marca de ropa que te implora que te sigas vistiendo con tus viejos modelitos.  

Al comienzo, las semejanzas me llamaron tanto la atención que incluso sospeché que Levi’s había plagiado la campaña de Adolfo Domínguez. Sin embargo, pronto llegué a la conclusión de que, en realidad, ambas marcas habían alcanzado la misma solución creativa porque comparten las mismas inquietudes. Tanto Levi’s como Adolfo Domínguez llevan años tratando de plantear una alternativa responsable a la fast fashion. Por esa razón, tiene sentido que ambas marcas recurran a las mismas estratagemas. Sus ejércitos se parecen y su guerra es la misma.

Ahora bien, supongamos en aras del argumento que mi primera intuición hubiera sido la correcta. Supongamos que Levi’s hubiese visto la campaña de Adolfo Domínguez y se hubiera dicho a sí misma: “Hagamos esa misma campaña. No una que se le parezca, sino la misma, pero con miembros célebres de la Generación Z declamando el manifiesto. Robemos la idea y hagámosla nuestra”. ¿Cuál habría sido entonces el problema? Honestamente, creo que ninguno. Al contrario, en este caso tendría sentido que Levi’s y Adolfo Domínguez compartiesen trinchera y actuasen al unísono, plagiándose, si fuera necesario, porque sus objetivos son exactamente los mismos.

En general, cabe defender que hay, al menos, tres buenas razones para apoyar los plagios:

-       En primer lugar, la repetición contribuye a la consolidación de las ideas. El mensaje que abanderó Adolfo Domínguez en 2020 es mucho más nítido y seductor ahora que Levi’s lo ha repetido. Si ambas marcas hubieran sido originales, sus contenidos habrían perdido impacto.

-       En segundo lugar, los plagios brillantes no son meros calcos, sino obras complejas que dialogan con las originales, pero que aportan un punto de vista nuevo y estimulante. Por eso hay museos especializados en falsificaciones (como el de Viena) y películas magníficas centradas en las figuras seductoras de los falsificadores (como F de Fraude de Orson Welles) y de los farsantes (como Exit Through the Gift Shop).

-       Por último, la repetición de una obra es, en sí misma, una nueva propuesta que puede, en ocasiones, superar a la original.

Acerca de esto último, contamos con un ejemplo reciente que merece ser analizado con detenimiento.

El colectivo artístico MSCHF (pronunciado “mischief”, que significa “travesura”) compró la obra Fairies de Andy Warhol por 20.000 euros. A continuación, realizó 999 copias idénticas, metió el original en medio y barajó las pinturas para que, de ahí en adelante, nadie pudiese saber cuál era la obra primigenia. Cada una de las 1.000 piezas se vendió por 250 euros, recaudando un total de 250.000 euros. De esta manera, el colectivo multiplicó su inversión inicial por 12, 5.

La acción de MSCHF borró del mapa el aura original de la primera pintura, pero, a cambio, creó una nueva obra compuesta de 1.000 fragmentos que es, en sí misma, original y, a juzgar por el precio de venta, más valiosa.

Las 999 copias de Fairies no son plagios en sentido estricto porque sus autores reconocen la fuente que imitan, pero su proyecto nos permite entender un poco mejor cómo el robo sistemático aporta valor artístico, económico y moral.

Volvamos sobre la frase del comienzo. Cada vez que el chascarrillo “Los buenos artistas copian. Los geniales roban” se atribuye a un autor diferente, la sentencia adquiere más valor. Cada repetición, la refuerza. Podemos conceder que la frase original de T. S. Eliot es más valiosa que el resto porque tiene el mérito de la novedad, pero el conjunto de iteraciones a lo largo de la Historia es mucho más valioso que cualquier enunciación concreta.

De la misma manera, si otras marcas de ropa orientadas a la slow fashion decidieran plagiar con absoluto descaro la campaña de Adolfo Domínguez, cada nueva campaña sería menos valiosa que la original, pero el conjunto sería mucho más rico. El plagio reiterado añadiría valor artístico con cada matiz (como sucedió con la acción de MSCHF), redundaría en mayores beneficios económicos para las marcas (ganando espacio mediático para la slow fashion) y permitiría una mejor defensa de sus valores solidarios.

Hasta aquí, todo ventajas.

No obstante, sería hipócrita negar que el plagio también tiene aspectos negativos. Con demasiada frecuencia, los poderosos lo emplean para hurtarle el mérito a sus subordinados. Sucede constantemente en los entornos universitarios, en las agencias de publicidad y en las empresas. Se trata de una práctica radicalmente mezquina que sólo admite nuestra más firme condena. El plagio debería limitarse únicamente a los artistas consolidados.

A los grandes artistas debería darles igual que les copien. Ellos tienen la capacidad para seguir produciendo nuevas ideas y, por supuesto, reciclando otras de autores igualmente geniales. ¿Tendría algún sentido que Tarantino, que ha desarrollado su carrera hurtando planos, temas y secuencias a los grandes directores de cine, estuviera preocupado por los imitadores? Al contrario. Debería sentirse satisfecho por haber inspirado a tantos autores nóveles con su producción creativa.  

Así las cosas, creo que yo mismo debería ser honesto y consecuente con lo que hago. Si en algún momento, estimado lector, necesitas mis palabras, fusílalas. Repite mis frases. Copia mis ideas. Calca mis argumentos.

Y, por supuesto, no me cites.

Al fin y al cabo, es posible que yo mismo haya encontrado este artículo en algún rincón perdido de internet y que me haya limitado a reproducirlo palabra por palabra.

Si quieres hacer lo mismo, adelante.

Atrévete a ser un genio.

Róbame.