Aprendiendo a caminar, cada vez.

Aprendiendo a caminar, cada vez.

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A alguien fascinado por una materia, la que sea, no le parecerá un penoso aprendizaje sino un gozoso descubrimiento, cada nuevo elemento o matiz que desconozca, si bien para ello deba considerar lo previamente sabido sólo como la base necesaria para ir encontrando aquello que le resta por saber. Y lo que le resta por saber deba ser aceptado como un hermoso e inabarcable infinito. Es en esa dicha de constante descubrimiento donde se ejercitan los músculos del entusiasmo sin el cual cualquier empeño de conocimiento resulta estéril. Si alguien se parapeta en lo ya conocido, por mucho que sea, para rebajar ese entusiasmo, cabria poner en duda el origen y la meta de su empeño y, por ende, todo su camino. En este contexto es la falta de curiosidad la que mata al gato.

El asunto de vivir ha estado siempre enfrentado a cambios mas o menos constantes. Si algo nos sorprende ahora mismo, es la aceleración de dichos cambios, y nada nos anima a pensar que esta velocidad de mutación vaya a reducirse, sino al contrario. De la pasividad del observador depende el desconsuelo que dicha aceleración pueda producirnos. De igual forma que a un púgil firmemente clavado en la lona, con los pies quietos, se le tumba con más facilidad que a un púgil en constante movimiento, que salta sobre las puntas. Deberíamos pues, ser ese púgil, y al esfuerzo que demanda tal empeño, insuflarle el entusiasmo necesario para llevarlo acabo, no una vez, sino una y otra vez, a no ser que queramos caer al primer guantazo.

El concepto de aprendizaje continuo para cualquiera fascinado por una tarea, debe verse como un regalo, no solo adscrito a la novedad, sino también a la profundización, al fin y al cabo, de lo que venga se sabe poco y de lo que ha sido nos queda a cada cual mucho por saber. De nosotros depende afinar la puntería para acertar con aquellas herramientas que necesitamos, pero saber de antemano que las vamos a necesitar es ya el paso más firme, y más ágil, para conseguirlas.

Aquí, de nuevo, la emoción y el entusiasmo son el motor de la empresa. Como decía el poeta Ángel Gonzalez: “Solo al final descubrimos, que la luz que nos guiaba, no iluminaba la meta, sino el camino.”