Aprende a odiar tu trabajo.

Aprende a odiar tu trabajo.

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No soy una persona beata, pero debo admitir que comparto la concepción del trabajo que defiende la Biblia. Me parece mucho más saludable que la que los CEOs y los entrepreneurs propagan por Linkedin.

En el libro del Génesis se nos cuenta que el trabajo es una maldición que Dios impuso a la humanidad después de que Adán y Eva probaran la manzana del árbol prohibido. Así, en la tradición cristiana, el trabajo no se percibe como algo feliz, sino como una penuria que arrastramos por cometer la irresponsabilidad de comer más piezas de fruta de la cuenta, una verdad incómoda que los nutricionistas llevan décadas tratando de silenciar.

Esto es algo que yo siempre he creído. El trabajo es una maldición que ni el teambuilding ni el coaching ni el afterworking pueden remediar. Por ese motivo, cada vez que estoy currando y comienzo a esbozar una sonrisa, me pongo el telediario para retomar mi enfado con el mundo en general y con mis tareas pendientes en particular.

Me niego a ser feliz mientras cumplo una condena divina.

No obstante, llevo tiempo observando que muchos jóvenes no comparten mi postura. Muy a menudo, la chavalada que se incorpora al mercado laboral no odia adecuadamente sus trabajos. En los casos más graves, ni siquiera tiene la prudencia de odiar a sus jefes como corresponde.

Esto es, en cierta medida, normal, porque a los jóvenes les ilusiona tener la oportunidad de realizar las labores para las que se han estado formando, pero también es muy peligroso por, al menos, dos razones.

En primer lugar, porque el trabajo ha sido siempre una maldición, pero, para las nuevas generaciones, se trata de una maldición elevada a la enésima potencia por dos grandes recesiones económicas, un colapso medioambiental en ciernes y una crisis profunda del modelo político, que han precarizado hasta la náusea las condiciones laborales y las perspectivas de futuro. Odiar el trabajo es una forma de estar en guardia frente a una situación deplorable que no parece que vaya a mejorar de la noche a la mañana.

En segundo lugar, no odiar el trabajo es un riesgo porque hace que te sientas culpable. En la actualidad, se está produciendo una batalla en el terreno de los afectos y los jóvenes llevan todas las de perder. A medida que empeoran las ofertas de empleo, las empresas solicitan a los candidatos más dinamismo, más entusiasmo y más entrega. Los jóvenes tienen que interiorizar que, si les resulta imposible ser dinámicos, entusiastas y entregados, no es culpa suya, sino de un sistema que ha glorificado una maldición bíblica.

Por todo esto, es urgente que los jóvenes comiencen a odiar sus empleos para acometer con energía todos los cambios que sean precisos. Es importante por ellos, pero también por todos y cada uno de nosotros, ya que, cuando, en el futuro, los adultos de hoy no podamos ni tan siquiera reprimir unas gotas de orín al estornudar, serán ellos los que estén al frente del cotarro. Nuestra prosperidad futura depende enteramente de la suya.

Ahora bien, es probable que algunos jóvenes hayan olvidado cómo odiar correctamente por culpa de los contenidos felices de internet, como los vídeos de gatitos, los challenges de Tik Tok y las frases célebres de Mariano Rajoy, pero no pasa nada porque, afortunadamente, el odio también se ensaya.

Si tienes entre 18 y 30 y pocos años, permíteme que te ofrezca un consejo. Colócate delante del espejo y aréngate. Recuérdate que tu generación será la primera en 70 años que vivirá peor que sus padres; que has sido víctima de dos crisis económicas que tú no has provocado; que es posible que no te puedas emancipar hasta los treinta y pico y formar una familia hasta cerca de los cuarenta; que J. J. Abrams dirigió los episodios VII y IX de Star Wars; y que, en definitiva, si no cambian mucho las cosas, nunca podrás disfrutar de una vida tranquila y sencilla con los tuyos.

Recuérdate, también, que, si esto sucede, no es por casualidad. Hay responsables concretos. Algunos son políticos, pero otros son empresarios que se empeñan en mantenerte encadenando becas y contratos laborales infames hasta la senectud.

A continuación, empezarás a experimentar un sentimiento cálido en el pecho. Felicidades, es el odio.

A partir de ahora, cuando acudas a una entrevista de trabajo, los reclutadores verán en tu mirada que no eres un mozuelo inocente del que se pueden aprovechar pagándole en expectativas y visibilidad, sino un tipo consciente dispuesto a pelear por cosas tan locas como un salario digno, derechos laborales y tiempo de ocio.

Es cierto que, durante una temporada, es probable que sigas teniendo que aceptar trabajos espantosos porque los milagros no existen y el éxito profesional no depende enteramente de tu actitud. Pero mientras odies tu trabajo, al menos serás consciente de que eres la víctima y no el verdugo.

Tu salud mental agradecerá mucho saberlo.

En definitiva, que los jóvenes odien sus empleos es lo mejor y más sano que pueden hacer en un contexto tan precario como el actual. Al fin y al cabo, el trabajo continúa siendo una maldición, no porque lo diga yo, sino porque lo dice Dios, que, aunque no exista, tiene razón.