¿Tu equipo trabaja junto… o solo al mismo tiempo? | Aurora Michavilla

¿Tu equipo trabaja junto… o solo al mismo tiempo? | Aurora Michavilla

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Un equipo funcional no es el que está formado por más talento. Ni el que se lleva mejor. Un equipo funcional es como una máquina bien engrasada:
cada pieza cumple su función. Y, al hacerlo, hace que el resto funcione mejor.

Pero ya sabemos que hasta la mejor maquinaria puede griparse si la comunicación no fluye. Si lo que se dice no se entiende. O si no se comparte lo que hace falta saber.

Porque la buena comunicación es la que permite que cada persona tenga claro tres cosas: Qué tiene que hacer. Para qué lo hace. Y cómo su parte encaja en el todo.

¿Qué pasa cuando eso no está claro?

Lo reconoces al instante: Tareas duplicadas. Emails cruzados sobre lo mismo. Personas que avanzan… pero en direcciones distintas. Y esa frase que se repite en voz baja (o a veces no tan baja): “Es que pensé que ya estaba hecho…” “Pues es que nadie me avisó de eso…” “¿En serio? Creí que tú te encargabas…”

Y, cuando eso sucede, la mayoría de las veces no es por falta de compromiso, sino porque sobran malentendidos. Hay exceso de ruido. De interferencias. Vacíos malinterpretados. Y el ruido siempre sale caro. Porque cuando la máquina se llena de fricciones, la energía que podría invertirse en avanzar y hacer que las cosas pasen… se va en corregir, aclarar o apagar fuegos. Lo dicho, sale caro. 

La comunicación clara no solo organiza: potencia

Un equipo que se comunica bien, avanza más rápido,
con menos desgaste y con más confianza. Y no es porque tenga menos problemas, sino porque tiene un lenguaje común para resolverlos. Un lenguaje propio. Un idioma compartido. Formado a base de códigos que no hay que traducir.

Y cuando un equipo encuentra ese idioma, decidir juntos se vuelve más fácil. Se reduce el margen de error. Y todo funciona con menos supervisión. Sí, menos supervisión. Porque cuando hay claridad, no hace falta controlarlo todo. Sobra el micro management.

¿Tu equipo tiene ese idioma común?

Piénsalo. ¿Compartís códigos para señalar prioridades? ¿Tenéis formas reconocibles de dar feedback? ¿En tu equipo todo el mundo sabe cuál es su función real (más allá de la tarea)? ¿Sabe qué espera el resto de él o ella? ¿Y para qué sirve lo que hace? ¿Sabe gestionar conflictos hablando y no reaccionando?

Sin un lenguaje común, es fácil caer en la trampa de tener a un grupo de personas trabajando juntas… pero no en equipo. Porque el “idioma propio” permite alinear decisiones rápidamente. Y reducir de forma certera errores, fricciones y duplicaciones. Es parte de la cultura interna del grupo. Y contribuye a esa sensación de tribu.

La cohesión funcional no se da sola

Hay algo que se olvida con frecuencia: la claridad no aparece, se diseña. No es espontánea. Es intencionada. No podemos dejar que dependa de cada individuo. Ni que sea algo que se contagie por osmosis. Porque la claridad no se improvisa, se entrena. Y cuando falta, lo pagamos todos. 

En los equipos que no se entienden, los conflictos no tardan en aparecer. Malos entendidos que se convierten en reproches. Suposiciones que sustituyen a las preguntas. Silencios que se llenan de interpretaciones. Y lo peor es que muchas veces no se discute por lo que ha pasado, sino por lo que se cree que el otro pensó, dijo o quiso hacer. Y todo eso —lo sabes— es terreno fértil para la desconfianza. En cambio, cuando hay comunicación clara, hay menos margen para malinterpretar. Menos lugar para asumir. Y más espacio para escucharse, para corregir a tiempo y volver a alinearse. 

Así que, si notas que tu equipo funciona, pero podría funcionar mejor… Si hay talento, pero falta coordinación… Si todo avanza, pero con esfuerzo extra… No mires solo los procesos ni las herramientas. Mira cómo os habláis. Porque los equipos más potentes son los que se entienden mejor.

Un artículo de Aurora Michavila.

Autora de Supercomunicadores.

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