Vandalismo cívico.

Vandalismo cívico.

 m

Las marcas que se anuncian en las vallas publicitarias nunca te han pedido permiso para ocupar el espacio público. Women’secret no te ha preguntado qué te parece su campaña de ropa interior femenina, protagonizada por mujeres feéricas con varias capas de Photoshop, y a Estrella Galicia nunca le ha preocupado cuál es tu opinión acerca de promover el consumo de bebidas alcohólicas. Como todas las marcas, se han limitado a imponer sus mensajes por la vía de los hechos. Aquí los tienes. Si te gustan, bien. Si no, continúa circulando. 

Por esa razón, me alegra que los ciudadanos decidan contraatacar, apropiándose del entorno con pequeños actos de rebeldía simbólica. Pintarrajear un muro, realizar una performance callejera o convertir las plazas en foros de debate político son acciones diminutas que contribuyen a resignificar los espacios y a devolvérselos a la gente que los habita. Son pequeños actos de vandalismo ciudadano, estrategias de guerrilla para convertir el mundo en un gigantesco patio de recreo. 

Algunas formas de apropiación simbólica son muy elaboradas, pero la belleza de otras radica, precisamente, en su sencillez. En Valencia, por ejemplo, hay un tipo que escribe la palabra “amor” con caligrafía de colegial por toda la ciudad. Compone así un poema de una sola palabra que rima consigo misma a lo largo de las calles. Puede parecer algo bastante tonto -el amor es algo bastante tonto, así que tendría sentido-, pero la repetición convierte la simple gamberrada en un bonito manifiesto. 

En A Coruña el asunto adquiere un carácter más mítico. Lo que se repite en la ciudad es la calavera del gigante Gerión, que perdió la cabeza luchando contra Hércules. Hace meses, un artista (o colectivo) anónimo, armado con azulejos blancos y azules, comenzó a difundir la imagen del monstruo, y pronto un nutrido grupo de personas se sumó a la iniciativa. Ahora, el gigante se encuentra cada vez en más rincones, como si fuera la mascota guardiana de los vecinos y vecinas.  

También en Galicia podemos encontrar un montón de puertas diminutas que no dan a ninguna parte. Aparecieron pintadas en los muros de la ciudad de Lugo. Las personas que están detrás de la acción han dicho que “es una intervención, no exactamente de arte urbano, pero parecido”, que procura, entre otras cosas, “promover el conocimiento de la ciudad y su ocupación por parte de la ciudadanía”. 

La gente interviene así en las calles para apoderarse simbólicamente de espacios que, con demasiada frecuencia, son patrimonio exclusivo de las marcas y las instituciones. Algunas performances, como las que hemos visto, son apenas travesuras inocentes, pero otras encierran importantes demandas sociales, como la placa conmemorativa de una casa de Sants que nos insta a recordar que “Aquí no vivió un famoso”, sino una persona que fue desahuciada en el año 2019. 

En una época en la que hemos comenzado a empaquetar nuestras vidas para trasladarlas al metaverso, me consuela comprobar que todavía no hemos renunciado a recuperar la carne y el asfalto, así como los muros y las vallas que nos rodean.  

Como reza el poema de José Hierro: 

“Hay que salir al aire,

desatar la alegría,

llenar el universo

con nuestras vidas, 

decir nuestra palabra

porque tenemos prisa. 

Y hay muchas cosas nuestras 

que acaso no se digan”.