Lo tuyo es puro teatro.

Lo tuyo es puro teatro.

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En la presentación de su última novela, Agnes, Javier Peña compartió con el público una curiosa paradoja: a la ficción se le exige más verosimilitud que a la realidad. El mundo puede ser inconsistente, caótico y absurdo, pero la creación artística debe ceñirse a unos códigos muy estrictos para evitar las suspicacias del público. Si, por ejemplo, los dos últimos años, con sus pandemias, volcanes y conspiraciones, hubieran sido la trama de una película de los 90, nadie se la habría creído. El mundo, en cambio, lo aceptamos tal y como es porque no tenemos alternativa.

Algo semejante a lo que sucede con la ficción se produce también en el terreno de la política. Los políticos interpretan papeles porque los hechos, por sí solos, son a menudo inverosímiles. Los votantes necesitamos la novelización de los acontecimientos para ordenar el mundo en nuestras cabezas y creer que, efectivamente, las cosas son como nos las cuentan los señores diputados, los excelentísimos ministros o la ilustrísima alcaldesa de Barcelona.

Me sorprende, por esa razón, que se descalifique a los políticos diciendo que sus intervenciones son “puro teatro”. ¡Claro que lo son! Su labor consiste, precisamente, en “encarnar” los proyectos que defienden. Para hacerlo, deben ponerse una máscara que les permita hablar no sólo en su nombre, sino también en el de sus respectivos partidos y en el de sus votantes. Dicho de otro modo, los políticos tienen la obligación de trascender su identidad personal y convertirse a sí mismos en personajesde una obra ideológica.  

Yolanda Díaz lleva años haciéndolo con un éxito notable tanto de crítica (medios de comunicación) como de público (ciudadanía). Tres de sus últimas actuaciones me parecen particularmente interesantes.

La primera fue la escena de una reconciliación. Nadia Calviño y Yolanda Díaz habían confrontado con motivo de la derogación de la reforma laboral del Partido Popular. Después de varios días de disputas, el Gobierno difundió un vídeo de ambas ministras caminado amigablemente por las calles de Trujillo. Se podría haber limitado a filtrar a la prensa el cese de las hostilidades, pero prefirió teatralizar el acercamiento. No bastaba con la verdad. Era necesaria la ficción dramática.

La segunda actuación se llevó a cabo en el acto de “Otras políticas” celebrado en Valencia. La escena central del encuentro consistió en una charla distendida entre varias de las principales lideres políticas progresistas de nuestro país. Yolanda Díaz se sentó a conversar con Ada Colau, Mónica Oltra, Mónica García y Fátima Hamed. Sin embargo, lo relevante del encuentro no fueron sus palabras (que pocas personas en España escucharon), sino su “puesta en escena”. La foto de su unidad fue un anticipo del futuro político que se avecina desde la izquierda.

Asimismo, cabe citar las actuaciones de Díaz en el Congreso de los Diputados. Su running gag “Señor García Egea, le voy a dar un dato” ha convertido a la vicepresidenta en una de las diputadas más seguidas por los usuarios de las redes sociales. Su carisma no radica tanto en el contenido de sus discursos (que es casi secundario) como en su capacidad para interpretarlos.

Las actuaciones teatralizadas de Yolanda Díaz, como las del resto de políticos, no le restan ni un ápice de verdad a sus palabras. Al contrario, refuerzan la verdad con la verosimilitud que sólo se puede alcanzar aplicando las normas implacables de la ficción.

Los grandes políticos son muy conscientes de este fenómeno. Así lo demuestra el curioso caso del alcalde más exitoso de nuestro país, Abel Caballero.

Hace un par de semanas, cuando se produjo el encendido del alumbrado de navidad de la ciudad de Vigo, el alcalde se encontró con un imitador que estaba caracterizado como él. Caballero acogió la broma con auténtico entusiasmo, consciente de que la parodia constituía un triunfo político en sí mismo. Lo imitan porque su personaje es ampliamente conocido y apreciado incluso fuera de Galicia.

Al otro lado del charco, los ejemplos son incluso más llamativos. Cada vez que Barack Obama interviene en público, actúa como si Oliver Stone lo estuviera filmando. Sus intervenciones son siempre muy cinematográficas y, no obstante, cuando logran pulsar la tecla emocional apropiada, sus palabras transmiten mucha verdad.

Así las cosas, cabe defender que los aspirantes a políticos deberían recibir clases de interpretación. Al fin y al cabo, los seres humanos somos animales anfibios que habitamos, al mismo tiempo, el mundo que nos rodea y las historias que nos conmueven. Los grandes discursos deberían intentar apelar a nuestras dos naturalezas.  

Las noticias nos informan, pero el teatro nos convence.